sábado, 21 de febrero de 2009

Glosolalia (Parte 1)

El don de lenguas se ha registrado, a lo largo de los siglos, en numerosas culturas y situaciones.
Pero, ¿cuál es la causa de estos extraños accesos?
El hablar en lenguas -especialmente en la lengua de los fantasmas, antepasados, espíritus, dioses y animales totémicos- todavía figura en el repertorio de los shamanes y hechiceros en las sociedades primitivas de todo el mundo.
De hecho, no hay otra técnica de comunicación sobrenatural que esté más extendida.
En el caso de los espíritus africanos «Zar», que en tribus dominadas por los hombres causan a algunas mujeres enfermedades psicosomáticas, se adivina un cierto sentido de justicia poética.
La víctima de la «posesión», efectivamente, es, siempre una mujer, y el «intérprete» -o exorcista- es también otra mujer.
La exorcista se dirige al espíritu Zar en su propio lenguaje esotérico, que no puede ser comprendido sin su intervención.
El Zar solicita espléndidas ropas, perfumes y otros artículos de lujo a través de los labios de sus víctimas;
por un precio módico, la exorcista interpreta estas peticiones para que el marido sepa de qué se trata.
La mujer enferma llegará a reponerse si las demandas del espíritu se cumplen.
La posición que ocupan los shamanes en sus sociedades corresponde más o menos a la de los sacerdotes y los antiguos santos en el mundo cristiano.
Desde finales del siglo I d.C., un cristiano corriente que hablara en «lenguas» habría sido exorcizado en el mejor de los casos, o ejecutado en el peor de ellos, por «traficar con el demonio».
Pero también algunos santos fueron conspicuos glosolalistas:
San Pacomio, abad egipcio, afirmaba que hablaba con los ángeles, y escribía en un alfabeto místico comprensible sólo para aquellos que se hallaban en un estado de gracia especial y bendecidos de la misma forma que él.
La alemana Santa Hildegard (1098-1179) hablaba y escribía -con un alfabeto desconocido- un lenguaje extraño que tradujo al alemán. Muestras de él se conservaron, publicaron y analizaron, llegándose finalmente a calificar de revoltijo de alemán latín y hebreo mutilado.

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